Del campo comemos, bebemos, respiramos, paseamos y nos deleitamos. Es una de las claves de nuestro estado de bienestar, pero parece que nos importa poco.
Desde hace medio siglo, quizá más, se oyen lamentos sobre la despoblación de nuestras zonas rurales. Son miles las voces que de vez en cuando surgen de forma fugaz en los medios de comunicación para denunciar este grave problema al que solemos hacer oídos sordos. A ningún dirigente le interesa implicarse de verdad, parece un asunto lejano que importa poco. Todavía no se entiende su gravedad, y quizá se tomen medidas eficaces cuando ya sea demasiado tarde.
Si no entendemos que es necesario salvar el entorno rural para asegurar nuestro bienestar y el de nuestros hijos, máxime si vivimos en la ciudad, entonces no seremos capaces de garantizar las condiciones de vida básicas para un futuro próximo. Estaremos condenando a otras generaciones a emigrar a países más prósperos donde sus dirigentes sí hicieron sus deberes porque los ciudadanos así se lo exigieron.
El riesgo que corremos al perder la batalla contra la despoblación del campo es duro de asimilar, y a más de uno le cuesta entenderlo, incluso llegan a calificarlo como una alarma exagerada. Esto es comprensible porque estamos a costumbrados a vivir al día, sin sentir la necesidad de prever el futuro porque creemos que ya lo van a hacer otros por nosotros. Nos acostumbramos a que nada ocurra, hasta que al final sucede lo peor, y ya es demasiado tarde, incluso para lamentarlo.
Es imprescindible intentar reflexionar y comprender acerca de la importancia por la que debemos que preservar nuestros núcleos rurales. Creedme si os digo que es por nuestro propio y egoísta interés.
¿Por qué debemos mantener poblado el entorno rural?
El campo es nuestro granero, aquel que nos asegura que comeremos en tiempos de crisis global: cuando ya no vengan frutas ni verduras de otros países, cuando no se pueda importar carne o pescado por cualquier tipo de problema geopolítico o cuando las fronteras se cierren por causas impredecibles.
Si la población de las zonas rurales desaparece nos quedamos sin agricultores, ganaderos y pescadores. Sin la posibilidad de producir nuestro propio cereal para fabricar pan y otros productos esenciales. Tampoco podríamos comer ensaladas, frutas, carnes y pescado. Dependeríamos de terceros países para subsistir, lo que nos dejaría cada vez más pobres de recursos.
A los que vivimos en las ciudades, los incendios nos caen lejos, parece que no nos van a afectar. Los que nos gobiernan viven en ciudades y, salvo en el momento del incendio, las consecuencias tampoco alteran sus vidas. Entonces, ¿para qué molestarse?
El campo vivo es el depósito de los manantiales que luego surten de agua nuestras ciudades. Los bosques bien cuidados crean un suelo óptimo para retenerla cuando se dan sequías prolongadas, como vemos que ocurre cada vez con más frecuencia. Si se destruyen y se vuelven áridos nos traen el desierto, la sed y el obligado éxodo a tierras fértiles.
Incendio a las puertas de Pineda de la Sierra, un bonito pueblo de España
Si has llegado a la conclusión, después de leer esto, de que estamos en una emergencia seria y que no es lo que deseas para tu futuro, entonces es hora de buscar soluciones para el campo.
La catástrofe que representa cada incendio
Los bosques se queman porque ningún organismo los cuida de forma apropiada ya que es imposible debido a su extensión. Nunca habrá recursos ni medios suficientes, pero sí hay una solución que nos enseñaron nuestros abuelos: dejar que los mantengan la propia gente del campo con una explotación interesada y controlada, tal y como se hacía antes.
Os pongo un ejemplo del retroceso que hemos experimentado con las leyes forestales restrictivas que impiden la cooperación de los ciudadanos. Mientras en el mundo tecnológico las grandes compañías de software se han dado cuenta de que la clave del éxito está en que sean los propios usuarios los que mantengan las aplicaciones —Facebook, Twiteer, Google, entornos de programación gratuitos—, el uso del campo se restringe con unas leyes forestales cargadas de prohibiciones destinadas a que el hombre lo abandone. Y ese abandono hace que se llene de ramas secas y arbustos que actúan como un combustible formidable para quemarlo.
Si volvemos a permitir que los ciudadanos recolecten piñas, ramas secas, musgo, arbustos, poden árboles para calentarse en el invierno, o aprovechen pastos sin explotar, etc. entonces ellos mismos lo mantendrán limpio.
La despoblación
La solución a la despoblación del entorno rural está inventada desde hace siglos, lo que pasa es que no les hace gracia a nuestros dirigentes, pues con ella perderían el control de las masas de población y dejarían de recaudar dinero, lo que les obligaría a gestionar de forma más eficiente el que hay. Pero son incapaces, los ciudadanos no se lo exigen, y por eso no quieren oír ni hablar de ello.
En su época a esta "mágica solución" la llamaron nuestros antepasados fueros, y no eran más que condiciones favorables otorgadas por el rey para todo aquel que se quisiera asentar en zonas despobladas.
Hoy se llamaría "reducción de impuestos" con sentido común. Es absurdo pretender exigir los mismos tributos a los habitantes de zonas rurales, donde los sueldos son más bajos y los servicios escasos, que a la gente de las grandes ciudades.
¿Te imaginas que en una zona despoblada de Zamora le plantaran una fiscalidad favorable como la que gozan otras zonas privilegiadas de España? Ya verías qué rápido se llenaba de empresas y de trabajadores.
Soluciones para repoblar el campo y arreglar los bosques para evitar los incendios existen desde hace siglos. Ahora lo que falta es voluntad y políticos audaces que las pongan en práctica. Soy consciente de que se necesita mucha valentía para hacerlo, pero nuestro futuro depende de ello. Solo espero que algún día regrese la cordura y se consiga.