Cuando viajas por España te puedes sorprender de las joyas que se encuentran en su interior. Algunas corren peligro de desaparecer.
Escribo este artículo como reacción a un comentario que me hicieron hace tiempo unos amigos. Me contaron que, durante las últimas vacaciones de verano, se habían ido a un país remoto de Asia para hacer turismo. Con todo lujo de detalles, relataron con cierto orgullo la odisea que vivieron hasta llegar a una pagoda que deseaban visitar por consejo de ciertas guías turísticas. Después de más de trescientos kilómetros por carreteras infernales, un gasto extraordinario de dinero, y sufrir una gastroenteritis, disfrutaron de su ansiado monumento durante más de dos horas que les supieron a gloria. ¿Mereció la pena? A ellos sí.
No dudo que el turismo de aventura es muy romántico, y más si lo haces lejos, lejísimos de tu casa. Sin embargo, todo depende de lo que persigas.
Si lo que se pretende es poner kilómetros de por medio para tener la sensación de escapar de la monotonía de la vida, quizá irse a lugares remotos sea la solución. Pero para los que nos gusta disfrutar de verdad de monumentos del pasado y entornos únicos cargados de historia, puede que no sea lo más adecuado.
Les pregunté a mis amigos si conocían el monasterio de Oña, que está a unos noventa kilómetros de donde habían nacido —aunque hoy viven en Madrid—, y me contestaron que no habían oído nunca hablar de él.
Existen auténticos tesoros al lado de nuestra casa que esperan ser descubiertos.
Emprender un viaje por los pueblos de España, ya sea por las Castillas, por León, por Aragón, Andalucía, etc. es una experiencia llena de sorpresas. Puedes encontrar monasterios cargados de misticismo, pueblos con un aroma medieval, castillos de leyenda y parajes naturales que transmiten paz. Están ahí para descubrirlos, empapar los sentidos con su presencia, y lo mejor, no hay que coger un avión para llegar hasta ellos.
Estas bellezas de las que hablo se reparten por toda la geografía española, y es necesario cuidarlas todas.
Visitar pueblos en España es gratificante, pero tiene una parte negativa. En ocasiones —más de las que quisiéramos— te encuentras con ruinas o con edificios abandonados que están abocados a desaparecer en poco tiempo. Es muy triste contemplar, por ejemplo, cómo monasterios como el de Oña, una joya auténtica de nuestro pasado, se está perdiendo por falta de actuaciones de conservación y uso. Por desgracia, hay demasiados ejemplos de este tipo por toda España. Iglesias, monasterios, casas señoriales, etc. sufren un abandono que sin duda acabará con ellos si no se actúa pronto.
Es triste y desgarrador visitar enclaves llenos de historia que amenazan ruina por culpa del abandono. Si uno piensa en las vidas y leyendas que en esos lugares se forjaron, no puede dejar de sentir gran desazón.
No creo que toda la responsabilidad de mantener nuestros edificios históricos deba recaer sobre los gobiernos y organismo públicos. Deberíamos ser razonables y realistas, y dejar que sea también el ciudadano privado el que arregle lo que la administración no puede.
Políticas de subvenciones, exención y bonificación de impuestos, etc. siempre se han mostrado muy acertadas para atraer el interés del sector privado.
Es preciso vencer las reticencias a ceder los edificios ruinosos a emprendedores que puedan transformarlos en lugares de uso y disfrute, aunque sea privado. Por ejemplo, no debemos horrorizarnos al convertir una iglesia en un restaurante o vivienda —he visto algunas bien restauradas— si con eso la preservamos de la decadencia y destrucción. Tampoco deberíamos dudar en permitir la venta —incluso regalar— de una casona, palacio o castillo abocados a la ruina, a la iniciativa privada que se ofrezca a restaurarlos y luego mantenerlos. Es cierto que de esa forma los convertimos en lugares privados, pero es mejor eso que su ruina completa y desgarradora. De esta forma conservaremos los pueblos bonitos que nos encantará visitar para pasear por sus calles.
Un país que vive del turismo, como lo es España, debería plantearse este tipo de soluciones antes de no hacer nada.