Sabemos de lo perjudicial que son los gases tóxicos que producen nuestros coches, no solo para la atmósfera y el planeta en general, sino para nuestra salud. ¿Estamos dispuestos a hacer algo?
Es sabido que mucha gente cae enferma de cáncer sin saber cómo ha sido y por dónde ha venido. Se dan demasiados casos en los que personas que llevaban vidas sanas y con una alimentación equilibrada, mueren preguntándose cuál fue la causa.
Nos cuesta aceptar que los humos que desprenden nuestros coches tienen gran parte de culpa en el desarrollo de estas enfermedades mortales. Si vivimos en la gran ciudad, donde hay gran concentración de vehículos, la situación y el peligro se agravan considerablemente. Lo sabemos, pero parece que no nos importa, pues tenemos interiorizada la sensación de que no va con nosotros. Y es que la solución nos duele.
Lo ideal sería renunciar al coche y optar por sistemas no contaminantes como la bicicleta, una propuesta que la mayoría rechaza de plano por diferentes motivos.
Por supuesto, pedir hoy en día que se use lo estrictamente imprescindible el coche es imposible, pues nadie está dispuesto a desistir de su flamante vehículo y la comodidad que aporta. Tampoco interesa a los gobiernos que recaudan ingentes cantidades de dinero con cualquier tipo de consumo relacionado con el automóvil.
Sin embargo, sí hay medidas que pueden ayudar a reducir las emisiones de gases tóxicos a la atmósfera. Por ejemplo, usar el transporte público o vehículos no contaminantes como la bicicleta. En este artículo, sin embargo, doy por hecho que no se quiere renunciar al coche, y por eso me voy a centrar en una idea diferente: la posibilidad de realizar una conducción ecológica con la que no solo se ahorra combustible, sino que se emiten menos gases tóxicos para nuestro organismo.
Eficiencia al volante no es ir el más rápido adelantando a todos. Consiste en respetar la limitación de velocidad -algo que culturalmente nos cuesta aceptar- y evitar pegar acelerones innecesarios.
Realicé, hace algún tiempo, un curso de conducción ecológica, y me pareció muy revelador. Me enseñaron a usar el vehículo con una conducción adaptada a un motor de inyección -no de carburación como lo hacemos la mayoría-, a cambiar enseguida de marcha, a desplazarme con marchas largas y, sobre todo, a moverme de forma eficiente.
El coche con el que realicé las prácticas llevaba un contador de consumo de combustible que reflejaba con precisión todo lo que hacía. Al principio y al final del curso realicé el mismo trayecto y al acabar pude comprobar con sorpresa el ahorro significativo que logré. Creedme que me quedé de verdad muy impresionado.
Con las explicaciones entendí que estamos acostumbrados a acelerar de forma innecesaria para frenar a los pocos metros. Es cierto que la conducción agresiva se impone en las ciudades porque parece que nos va en ello la vida. Vemos que hay un semáforo en rojo, pero seguimos con el acelerador apretado para ver si adelantamos al vecino, que siempre nos va a estorbar. Luego frenamos a los pocos metros con el vecino otra vez al lado.
Acelerar en exceso y frenar, para volver a acelerar y luego frenar a escasos metros forma parte de nuestra vida, sin darnos cuenta de que en esta acción contaminamos más de lo debido, lanzando de forma innecesaria grandes cantidades de gases tóxicos a la atmósfera.
En las carreteras secundarias, con cantidad de curvas, también hacemos lo mismo. Aceleramos mucho, en rectas cortas, para luego frenar. Después, tomamos la curva y volvemos a acelerar lo que nos permita el terreno por muy corto que sea.
Ir al doble de velocidad para luego frenar no es que contamine el doble, sino que lo hace mucho más, de forma exponencial. Este terrible dato no se explica o no se entiende, y así seguimos con nuestros malos hábitos, perjudicándonos a nosotros mismos y a los que nos rodean.
Yo entiendo que esta forma de conducir requiere paciencia y control, algo que no es fácil de conseguir con nuestra vida ajetreada. Tampoco existen clases de conducción ecológica accesibles donde se puedan aprender y practicar estas técnicas.
Personalmente pediría que los gobiernos lancen programas de educación en este sentido, quizá con campañas de televisión, o quizá enseñándolas en las aulas. Solo así conseguiremos reducir cantidad de gases tóxicos que respiramos todos los días y que nos pueden acarrear serias enfermedades.